La conocí en Puente Alsina,
en el corsito del barrio,
yo iba de presidiario
y ella de colombina.
Jugamos con serpentina,
después con papel picado
y al rato de haber charlado
temblando le confesé,
quisiera mirarla a usted, ¡mamá!,
sin su antifaz colorado.
Y no, muy fulera no era la mina, claro,
las cuatro hermanas mayores
tuvieron que tirarlas ¡mama mía!
Porque se lo habré pedido
casi caí desmayado,
tenía el cuero arrugado,
y un ojo lo había perdido,
tenía el labio torcido,
le faltaban cinco dientes,
una bocaza sonriente,
grandota como un buzón,
la nariz como un morrón, ¡mama mía!,
y pelos hasta en la frente.
Se fue acercando mimosa,
mientras abría los brazos,
yo, me esquivé del zarpazo
y ella seguía cargosa.
Cuando la vi peligrosa
le dije en tono galante:
Maáana mi sol brillante,
¿dónde te puedo encontrar?
Maáana en el Shangri-lá,
soy la mujer elefante, soy.
Ni Drácula, el Hombre Lobo,
ni Frankenstein eran nada
yo solté la carcajada
y ella explotó como un globo.
Al punto vino el retobo
la vi que alzaba la mano,
cerré los ojos y hermano,
no sé que pasó después,
estoy en la sala diez
del Hospital Italiano.