En los montes más espesos que tiene la Morería, había una mora lavando al pie de una fuente fría. Allí llegó un caballero de tierra desconocida. -Buenos días, bella mora; buenos días, mora linda; deja beber al caballo agua fresca y cristalina. -No soy mora, caballero, que soy cristiana cautiva; me cautivaron los moros siendo pequeñita y niña. -¿Te quieres venir conmigo a la tierra mía? -Y la ropa que yo lavo ¿dónde me la dejaría? -La de holanda y la de hilo en mi caballo vendrían; y la que menos valiese, por el río abajo iría. -Y mi honra, caballero, ¿dónde me la dejaría? -En la punta de mi espada, en mi corazón metida. Al pasar por unos montes la mora llora y suspira. -¿Por qué lloras, mora bella? ¿Por qué lloras, mora linda? -Lloro porque en estos montes mi padre a cazar venía con mi hermano don Alejo y yo en su compañía. -¡Oh, cielos, qué es lo que oigo, Santa Virgen María! Que pensé traer esposa y traigo una hermana mía. ¡Asomarse padre y madre a ventana y celosías que les traigo aquí el consuelo por quien lloran noche y día!