Jeremías,
apretado de colores, sonreía;
desgajado de sollozos,
convirtiendo, trozo a trozo,
la tristeza en alegría.
Polvo y trapos,
él se desprende de su alma a manotazos...
Que se rían en las gradas
de su pena enmascarada,
que le devuelvan de su alma los pedazos.
Hubo un tiempo de cielos claros,
de vida que lo llevaba de la mano...
Y cobardeando, por lo bajo,
se arrancó el amor de cuajo
e hizo de su carpa
su cielo de payaso.
Madrugadas
son de lágrimas calientes en su almohada;
que cuando el público pide sonreir,
él llora y ríe
por su rosa de cachada.
Muy a prisa
buscó el vuelo que le devolvió la risa
de trapecio y pista en sombra
de mil niáos que lo nombran,
de muerte que lo acaricia.
Silencio,
que envuelve gritos...
Y una niáá lo lloró
muy despacito...
Borró de miedo su intento
por volver a estar contento
y tener, del cielo azul,
un pedacito.